Cuento: El rayito de sol

Un día, el rayito de sol quiso saber: ¿Cómo sería vivir en la Tierra?

El gran Sol respondió: triste y aburrido. En la Tierra las personas caminan mucho tiempo bajo sombras, ignorantes de la luz que llevan dentro.

El rayito se quedó pensando en este hecho y se preguntó si en algún momento él podría visitar el planeta y conocer a sus gentes. Al parecer, otros rayos de sol habían ido a la Tierra para vivir esta experiencia.

Así que un día se decidió y le preguntó a su padre, a lo que éste respondió: puedes ir, pero para que puedas vivir allí, tienes que usar un traje especial, ya que tu luz puede dañar los ojos humanos, que están acostumbrados a sentir nuestros rayos desde lejos.

El rayito de sol se despertó bajo una farola. Estaba envuelto en diferentes telas, como se le había aconsejado, y le resultaba un poco difícil moverse, pero deseaba tanto conocer las formas de vida del planeta, que soportaría lo que hiciera falta. Se acercó a la luz artificial esperando sentir su calor, pero éste era imperceptible. La luz parpadeaba y era débil, muy diferente a la luz del sol que él conocía tan bien.

Empezó a caminar y se encontró con varias personas, dispuesto a entablar conversación, pero las gentes de aquel lugar iban muy rápido de un lado a otro, y no se detenían a prestarle atención. Para poder adaptarse a este ritmo, el rayito tuvo que olvidarse de su esencia, ya que no era compatible con la forma de vida de la Tierra.

Pasaron los años y un día, mientras esperaba en un semáforo, vio que el hombre de al lado tenía descosida la camisa, y entre las costuras asomaba una luz muy brillante. Se acercó y le dijo: he visto que tienes una luz muy bonita, ¿te has dado cuenta? El hombre apenas le hizo caso y siguió caminando, sumido en sus pensamientos.

Aquella escena se repitió en varias ocasiones, con diferentes personas. El rayito se sentía emocionado cuando esto sucedía, y quería profundizar en las relaciones con aquellas gentes, pero siempre recibía negativas y se sentía tremendamente solo. No entendía por qué las luces brillantes le gustaban tanto pero no podía disfrutar de ellas.

Una noche el rayitó soñó. En el sueño él también tenía una luz brillante, que salía desde algún rincón de su cuerpo e iluminaba toda la estancia con reflejos de múltiples colores y destellos. Se sentía profundamente dichoso, y en ese momento despertó.

El rayito había comenzado a recordar quién era en realidad. Sabía que en alguna parte de su ser, los destellos de luz estaban deseando salir a la superficie, enterrados bajo capas de telas, de creencias y emociones, que le habían llevado a olvidarse de su origen.

Pues había olvidado que era hijo del gran Sol.

MORALEJA: Si todos y todas recordásemos que somos parte de un sol, retiraríamos cada velo que nos impide mostrar la luz que llevamos dentro.

*Este cuento está registrado con licencia Safe Creative